COMUNICACIÓN

«-A mi padre lo mataron en la guerra cuando yo tenía nueve años. Mi madre quedó viuda muy joven y yo al ser la hermana mayor la tuve que ayudar.
– Mi madre murió del corazón. Mi padre se quedó solo con ocho hijos que criar.
– Yo a los once años ya trabajaba de criada en una casa. Me daban para comer migas sin aceite. Nunca puse un pie en la escuela.
– ¡Uy, ni yo! Iba al campo desde muy joven. Tampoco fui a la escuela. Ni sé lo que es un juguete.
-Jugar, así en la calle, yo no he jugado en la vida. Me fui a servir tan pequeña…»

No, esta entrada no habla sobre lo dura que era la infancia años atrás. Habla sobre la comunicación. Concretamente, sobre lo que no es comunicación. Esta conversación tenía lugar hace media hora en un centro de salud entre dos ancianos que esperaban para su visita al médico, igual que yo. Estos dos interlocutores han estado hablando durante casi veinte minutos, y yo, que estaba a su lado, creo que no se han dicho nada. Al menos no el uno al otro. ¡Se lo han dicho todo a sí mismos! Cada uno ha contado su historia, por turnos más o menos respetados. Ella empezaba el relato de su primer trabajo, él se superponía con el suyo. No se miraban. Estoy bastante segura de que no se escuchaban. Durante la intervención de una, yo diría que el otro preparaba su parte para intercalarla a la mínima pausa de la compañera.
Y no va esta reflexión contra las personas mayores que, con pocas oportunidades de recordar su importante y muy interesante pasado, quieren «hablar de su libro» en una sala de espera. Esto es sólo un ejemplo de un problema que ocurre a menudo y que he observado en muy variadas situaciones. Las personas, en el hablar cotidiano, muchas veces superponemos nuestros respectivos mensajes sin llegar a intercambiar información.  No escuchamos, esperamos nuestro turno para hablar de nuevo. Y esto no es comunicación.

 

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Un comentario en “COMUNICACIÓN

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